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Santa Eulalia

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SANTA EULALIA DE BARCELONA

 

Santa Eulalia
Virgen y Mártir (304)
12 de febrero
Autor: Jesus Marti Ballester

RECUERDOS EN EL DIA DE SANTA EULALIA EN EL AÑO 1971

Ya había conectado con el Arzobispo de Barcelona por correo. Nos habíamos escrito. Últimamente para solidarizarme con él, que sufría un calvario en Barcelona. Yo conocía sus andanzas pues recibía el Boletín del Arzobispado. En la Beatificación del Beato Enrique de Ossó pudimos hablar de nuestras cosas y planes y el horizonte cerrado. Me invitó a ir a Barcelona a introducir allí la Obra que yo llevaba entre manos. El 12 de febrero me citó en Barcelona, después de un viaje suyo a Jávea y a Benaguacil. Al terminar la misa Pontifical de la Patrona de Barcelona, acordamos que en el mes de agosto llegaría la Obra a Barcelona.

LA PATRONA DE BARCELONA

Ya en Barcelona había terminado de escribir un libro “Caminos de luz”, que me editaba la Editorial Balmes, dirigida, bajo el auspicio del Arzobispado de Barcelona, por el Doctor Fábregues, Canónigo Archivero de la Catedral. El era autor de un santoral y me informó de la biografía de Santa Eulalia, Patrona de Barcelona. Santa simpática, original e intrépida. Vamos a verlo.

¿QIEN ES SANTA EULALIA?

Eulalia nació en la ciudad de Barcelona, en los últimos años del siglo tercero. Descendía de noble familia; sus padres, más que amarla la mimaban, impelidos por la humildad, la sabiduría y la prudencia que resplandecían en ella de una manera impropia de su edad. Brillaba en aquella niña un acendrado amor a Dios; se encerraba en una pequeña celda de su casa con un grupo de amiguitas para pasar buena parte del día en el servicio del Señor, rezando oraciones alternadas con el canto de himnos. Ya púber, hacia los doce o trece años, llegó a sus oídos que la persecución contra los cristianos volvía a arder en todo el Imperio, y quien se obstinara en negarse a sacrificar a los ídolos era atormentado con espantosos suplicios.

LA PERSECUCION

Los emperadores romanos Diocleciano y Maximiano, viendo la rápida propagación de la fe cristiana en las lejanas tierras de España, mandaron al cruel y feroz Daciano a exterminar aquella “superstición”. Era el mismo tiempo en que habían martirizado en Valencia a San Vicente.

En Barcelona hizo, con todo su séquito, públicos y solemnes sacrificios a los dioses, y dio orden de buscar a todos los cristianos para obligarles a sacrificar también. La ciudad era perturbada por un juez impío e inicuo. Oyéndolo contar Santa Eulalia se regocijaba y se repetía: “Gracias os doy, mi Señor Jesucristo, gloria sea dada a vuestro nombre porque veo muy cerca lo que tanto anhelé, y estoy segura de que con vuestra ayuda podré ver cumplida mi voluntad”.

Sus padre estaban preocupados por aquel deseo tan vehemente de Eulalia. Pero Santa Eulalia no decía a nadie lo que meditaba en su corazón, ni a sus padres; un día, a la hora de mayor silencio, mientras los suyos dormían, emprendió el camino de Barcelona, al rayar el alba. Enardecida por sus ansias que la hacían infatigable, hizo todo el camino a pie.

LA INTREPIDEZ DEL AMOR

A las puertas de la ciudad, entró y oyó la voz del pregonero que leía el edicto, y se fue intrépida al foro. Allí vio a Daciano sentado en su tribunal y, penetrando valerosamente por entre la multitud, mezclada con los guardianes, se dirigió hacia él, y con voz sonora le dijo: “Juez inicuo, ¿de esta manera tan soberbia te atreves a sentarte para juzgar a los cristianos? ¿Es que no temes al Dios altísimo y verdadero que está por encima de todos tus emperadores y de ti mismo, el cual ha ordenado que todos los hombres que Él con su poder creó a su imagen y semejanza le adoren y sirvan a Él solamente? Ya sé que tú, por obra del demonio, tienes en tus manos el Poder de la vida y de la muerte; pero esto poco importa”.

EL AMOR ES MAS FUERTE QUE LA MUERTE

Daciano, pasmado de aquella intrepidez, le respondió, desconcertado: “Y ¿quién eres tú, temeraria, que te atreves, no sólo a presentarte ante el tribunal, sino que, engreída con una arrogancia inaudita, osas echar en cara del juez las. disposiciones imperiales?”

JUAN PABLO II EN LA CRIPTA DE SANTA EULALIA EN 1982

Eulalia, con mayor firmeza y levantando la voz, dijo: “Yo soy Eulalia, sierva de mi Señor Jesucristo, que es el Rey de los reyes y el Señor de los que dominan: por esto, porque tengo puesta en Él toda mi confianza, no dudé siquiera un momento en ir voluntariamente y sin demora a reprochar tu necia conducta, al posponer al verdadero Dios, a quien todo pertenece, cielos y tierra, mar e infiernos y cuanto hay en ellos, al diablo, y lo que es peor, que quieres obligar a hacer lo mismo a aquellos hombres que adoran al Dios verdadero y esperan conseguir así la vida eterna. Tú les obligas inicuamente, bajo la amenaza de muchos tormentos, a sacrificar a unos dioses que jamás existieron, que son el mismo demonio, con el cual todos vosotros que le adoráis vais a arder en el fuego eterno”.

¡DETENEDLA! ¡AZOTADLA!

Daciano mandó que la detuvieran y que la azotaran sin piedad. ‘Mientras, sin compasión, se ejecutaba el suplicio, le decía Daciano, en son de burla: “Oh miserable doncella: ¿Dónde está tu Dios? ¿Por qué no te libra de esta tortura? ¿Cómo te has dejado llevar por esta imprudencia que te hizo ejecutar un acto tan atrevido? Di que lo hiciste por ignorancia, que desconocías mi poder, y te perdonaré enseguida, pues hasta a mí me duele que una persona nobilísima como tú, y de rancio abolengo, sea tan atrozmente atormentada”.

DIALOGO AUDAZ

Santa Eulalia respondió: “Esto no será jamás; y no me aconsejes que mienta confesando que desconocía tu poderío; ¿quién ignora que toda potestad humana es pasajera y temporal como el mismo hombre que la tiene, que hoy existe y mañana no? En cambio, el poder de mi Señor Jesucristo no tiene ni tendrá fin, porque es el mismo que es eterno. Por esto, no quiero ni puedo decir mentiras, porque temo a mi Señor, que castiga a los mentirosos y sacrílegos con fuego, como a todos los que obran la iniquidad. Además, cuanto más me castigas, me siento más ennoblecida; nada me duelen las heridas que me abres, porque me protege mi Señor Jesucristo, que, cuando sea Él quien juzgue, mandará castigarte por lo que has hecho con penas eternas”.

LA TORTURA

Enfurecido y rabioso, Daciano mandó traer el potro y mientras unos esbirros la torturaban con garfios, otros le arrancaban las uñas. Pero Santa Eulalia, con cara sonriente, iba alabando a Dios Nuestro Señor, diciendo: “Oh Señor mío Jesucristo, escuchad a esta vuestra inútil sierva; perdonad mis faltas y confortadme para que sufra los tormentos que me infligen por vuestra causa, y así quede confuso y avergonzado el demonio con sus ministros”.

Dijo Daciano: “¿Dónde está este a quien llamas e invocas? Escúchame a mí, oh infeliz y necia muchacha. Sacrifica a los dioses, si quieres vivir, pues se acerca la hora de tu muerte y no veo todavía quién venga a librarte”.

Santa Eulalia le respondió: “Nunca vas a tener prosperidad, sacrílego y endemoniado perjuro, mientras me propongas que reniegue de la fe de mi Señor. Aquel a quien invoco está aquí junto a mí; y a ti no te es dado verle porque no lo mereces por culpa de tu negra conciencia y la insensatez de tu alma. Él me alienta y conforta, de manera que ya puedes aplicarme cuantas torturas quieras, que las tengo por nada”.

Desesperado ya y rugiendo como un león ante aquel caso de insólita rebeldía, Daciano mandó a los soldados que aplicaran hachones encendidos a sus pechos para que pereciera envuelta en llamas. Santa Eulalia, contenta y alegre, repetía las palabras del salmo: “He aquí que Dios me ayuda y el Señor es el consuelo de mi alma. Dad, Señor, a mis enemigos lo que merecen, y confundidles; voluntariamente me sacrificaré por Vos y confesaré vuestro nombre, pues sois bueno, porque me habéis librado de toda tribulación y os habéis fijado en mis enemigos”. Y habiendo dicho esto, las llamas empezaron a volverse contra los mismos soldados.

ORABA

Santa Eulalia, levantando la vista al cielo, oraba: “Oh Señor mío Jesucristo, escuchad mis ruegos, compadeceos misericordiosamente de mí y mandad ya recibirme entre vuestros escogidos en el descanso de la vida eterna, para que, viendo vuestros creyentes la bondad que habéis obrado en mí, comprueben y alaben vuestro gran poder”.

Terminada su oración se extinguieron los hachones encendidos que, abrasando a los verdugos que los sostenían, que, amedrentados, cayeron de rodillas, mientras Santa Eulalia entregaba al Señor su espíritu, que voló al cielo saliendo de su boca en forma de blanca paloma. El pueblo al ver tantas maravillas, quedó fuertemente impresionado y admirado, en especial los cristianos, que se regocijaban por haber merecido tener en los cielos como patrona y abogada una conciudadana suya.

EN LA CRUZ

Daciano, al ver que después de aquella enconada controversia y que, a pesar de tantos suplicios, nada había aprovechado, descendió del tribunal enfurecido, y dio orden de colgarla en una cruz: “Que sea suspendida en una cruz hasta que las aves de rapiña no dejen ni los huesos”. Cuando ejecutaron la orden cayó del cielo una copiosa nevada que cubrió y protegió su virginidad. Los guardas, aterrorizados, la abandonaron.

Divulgada la noticia por los poblados circunvecinos de la ciudad, muchos fueron a Barcelona para ver las maravillas obradas por Dios. Sus mismos padres y amigas corrieron enseguida con gran alegría. Después de tres días que Santa Eulalia pendía de la cruz, unos hombres temerosos de Dios la descolgaron con gran sigilo y la embalsamaron con aromas y amortajaron con lienzos. Entre ellos estaba Félix, que con ella había también sufrido confesando a Cristo, que con gran alegría dijo al cuerpo de la Santa: “Oh señora mía, ambos confesamos juntos, pero vos merecisteis la palma del martirio antes que yo”. Y la Santa le contestó con una sonrisa.

LA SEPULTURA

Mientras la llevaban a enterrar, entonaban cánticos e himnos al Señor: “Los justos os invocarán, oh Señor, y Vos los habéis escuchado mientras les librabais de cualquier tribulación”. Al oír aquellos cantos, fue asociándose a la comitiva una gran multitud, hasta que con gran regocijo le dieron sepultura.

MISAL DE SANTA EULALIA

Jesus Marti Ballester

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